domingo, 12 de marzo de 2017

Caída Libre: Argentina y su nivel de pobreza como resultado de políticas e ideas erróneas que aún se sostienen

Los datos dados a conocer hace unos días sobre la proporción de habitantes que se encuentran en situación de pobreza deberían estar enmarcados en la película de la política económica nacional de los últimos años y no en la foto del estado actual. Casi el 33% de la población, cerca de 13 millones de personas, padece actualmente esa situación. Sin dejar de olvidar el fracaso de las políticas socio-económicas y, durante muchos años, la sustancial divergencia de un cierto imaginario político que aseguraba que su administración había logrado un índice de pobres en línea con los países más avanzados del mundo; muchos se preguntan sobre las posibles causas fundamentales de que un país con una gran dotación de recursos naturales padezca ese fenómeno. Desde nuestra perspectiva, ese interrogante es correcto pero debería ser acompañado de análisis del proceso desde el cual llegamos a este punto. Mientras nuestra sociedad no deja de padecer este flagelo, con algunos matices en el medio, existen sociedades que con relativamente menores recursos han generado grandes avances situándose en una instancia de lo que muchos denominan: desarrollo económico y social.  

En primera instancia, debemos comprender lo que muestra el índice. En este sentido, el índice publicado se construye utilizando la metodología del ingreso y teniendo en cuenta una canasta básica de alimentos y otra canasta ampliada o total que adiciona a los gastos no alimentarios. La primera se utiliza para estimar el estado de la indigencia y la segunda para obtener la pobreza. Esto es: tomando los ingresos de los hogares (obtenidos desde una encuesta de gastos e ingresos), se evalúa si éstos tienen la capacidad de obtener bienes y servicios de una canasta básica de alimentos y otra canasta total. Esta metodología tiene sus matices ya que consideramos que no necesariamente una persona es pobre o deja de serlo respecto a una medida de poder adquisitivo de una canasta. Por lo tanto, el argumento que debemos pensar es de características sistémicas y con una visión de proceso histórico. Esto podría enmarcarse en una serie de errores  en varios aspectos de la política social y una confusión o falta de visión sobre el futuro de nuestra sociedad, es decir nuestro propio futuro.

La proposición de análisis procesal y de factores principales es sumamente más aleccionadora y eficaz al momento de pretender entender esta especie de caída libre argentina en muchos aspectos. Utilizando el título del libro de Joseph E. Stiglitz (Caída Libre. El Libre Mercado y el Hundimiento de la Economía Global, 2011) en alusión a la crisis financiera internacional iniciada en 2008. Libro muy interesante que traslada ideas hasta la actualidad de nuestro país y contribuye a generar tipos de interrogantes sistémicos en lugar de los del tipo estático comparativos. En una parte del mismo se lee: ``… estos debates sobre los efectos de determinadas políticas ayudan a explicar cómo pueden persistir las malas ideas durante tanto tiempo... ´´. Nada más cercano acerca de la gestión de política nacional del último tiempo y el nivel de pobreza actual. Desde este punto, entonces, debemos preguntarnos si las políticas económicas estuvieron en línea con el objetivo de reducción sistemática y sistémica de la pobreza durante los últimos años.

Por lo tanto y en aras de argumentar con proposiciones sistémicas y teniendo en cuenta el  proceso, desde nuestra perspectiva sería necesario diferenciar dos tipos de políticas económicas con objetivos comunes pero de eficacia distinta. Esto podría suponer por un lado, una gestión de estabilidad del crecimiento y minimización de la tasa de inflación a lo largo del tiempo, lo cual se asocia directamente con objetivos, al menos, de no aumento de los índices de indigencia y  pobreza. Por otra parte, una gestión de políticas que se caracterizarían por una tendencia inestable de la tasa de crecimiento, con la prioridad de la variable consumo por encima de los demás fundamentales, y tendencia a un régimen de media y alta inflación como consecuencia del intento de financiar el crecimiento mediante la perpetuación de la emisión monetaria.

El primer tipo de política está asociada a un crecimiento económico no exuberante pero formando un contexto de estabilidad y sistematicidad de la gestión. Esto es, priorizar el mediano y largo plazo de los recursos monetarios y productivos del país en un escenario institucional no extractivo de riquezas sino generador y distribuidor de las mismas[1]. Una política que se enfoque en suavizar el consumo liberando recursos para la inversión pública y privada (ampliación y diversificación del sistema productivo, es decir, los elementos conducentes al desarrollo económico) junto con una acordada generación de legislación impositiva con alícuotas claramente diferenciadas y preponderancia en el impuesto a la riqueza y los ingresos. Adicionalmente, la historia evidencia que uno de los elementos fundamentales de estabilización de precios es el acuerdo socio-económico. Por consiguiente, los componentes que generan el ingreso nacional deben estar alineados y coordinados a objetivos de largo y mediando plazo: empresarios (sector real y financiero), trabajadores y sector público (todos sus niveles), con la participación del sector de justicia, pueden acordar una gestión que establezca una mejor distribución del ingreso y una mayor productividad en un escenario donde se promulgue y aplique legislación de transparencia sobre todos los factores productivos. Este espacio de acuerdo debería ser de largo alcance, consistente y sistemático de acuerdo a la riqueza nacional real. Por lo tanto, dicha  coordinación y su cumplimiento tienen relación directa con la evaluación permanente de la performance: la oferta y la demanda deberían trascender la visión tradicional de mercado hacia un enfoque estructural.

En este tipo de política, una menor proporción de pobreza no solo es el resultado sino el objetivo que se acuerda entre los diferentes sectores sociales y de gobierno. Pues, la sostenibilidad del crecimiento suavizando el consumo a favor de la inversión productiva (minimizar la ansiedad en la microeconomía), resultará en un nivel mayor, demanda creciente de empleo y en estabilidad y menores tasas relativas de inflación. La perpetuación de este gran desafío de política propuesto, con independencia de los administradores de turno, debería ser la gestión inicial y central en cualquier contexto. La historia económica de los países que evidencian grandes avances sobre los niveles de pobreza y servicios sociales, muestra un sesgo sustancial de la política aplicada hacia esta caracterización. Concretamente, la estabilidad del crecimiento y las tasas de inflación en un espacio de acuerdos sociales sobre objetivos de largo plazo ha resultado en un estadío de desarrollo económico: construcción de redes de contención social ante caídas abruptas de la actividad económica y diversificación del patrón productivo doméstico son algunos de los resultados trascendentes que se observan.

El tipo opuesto de política tiene elementos comunes que se han observado desde la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica: altas tasas de crecimiento de corto plazo explicadas esencialmente desde el consumo final, tasas de inflación y emisión monetaria crecientes, volatilidad financiera, sostenimiento del exceso de endeudamiento interno y externo, y el sostenimiento en los problemas de desigualdad y empleo, han sido los elementos determinantes. Argentina, Brasil y Venezuela, con grandes matices, se encuadran en este grupo. Para el caso argentino, tenemos un factor adicional: se torna muy dificultoso el entendimiento de las prioridades que ha establecido la sociedad en los últimos quince años. A nuestro entender, la prioridad al consumo y el gasto superfluo por sobre la inversión pública y privada ha sido causa directa de la estanflación y la fragilidad social de los últimos años. Estos elementos insertos durante la gestión de política configuraron un ciclo vicioso y poco productivo donde prevalecía el gasto, la inflación y la desigualdad social. El régimen de inflación desde 2007, incluida la eliminación de las estadísticas, direccionó los recursos desde la inversión necesaria hacia los subsidios y el aumento del gasto público no productivo. Políticas de estado como el programa Fútbol para Todos extraían posibles recursos para la generación de empleo productivo como la construcción de rutas, pavimentación de calles y obras sanitarias y de salud: nuevamente políticas económicas inconsistentes e instituciones de naturaleza extractiva.

La administración de prioridades ejecutada estaba vinculada, a su vez, con la estrategia política de obtención de votos dado que los resultados eran de corto plazo. La manipulación de la opinión a través de la denominada divergencia realidad-relato, parecieron haber establecido un acuerdo hacia el objetivo común del aumento perpetuo del circuito consumo-gasto-emisión-inflación. Indudablemente, estas características enmarcan el denominado populismo contemporáneo. Una proporción de ciudadanos convencidos acerca de que el aumento del consumo y los subsidios es infinito, en el mediano plazo y/o cuando las condiciones externas se modifican, son afectados súbitamente por la pérdida esa ilusión (no solo eventualmente el costo de la pérdida es sufrido por los ciudadanos que se encuentran en esa proporción sino por todos). El desencanto de muchas mentiras disfrazadas con una manta corta de dosis de realidad evidencia nuevamente que muchas malas ideas pueden permanecer y aplicarse en el tiempo pero con resultados casi similares.

En suma, desde la tipificación mencionada, esperamos y deseamos, que genere el mismo interrogante que a muchos de nosotros. La pobreza debe pensarse como un proceso a lo largo del tiempo en convivencia con las decisiones y prioridades establecidas. El resultado estático que observamos desde el 32,9% no puede solo responsabilizar a un gobierno sino a una política económica en común durante varios años. La necesidad, entonces, de aleccionarnos y pensar sobre las prioridades de nuestra sociedad debe ser el desafío de estos años, por cierto muy difícil, para evitar estar en caída libre y construir una red de contención socio-económica. 



[1] Daron Acemoglu y James A. Robinson en su libro Por qué fracasan las Naciones (2012), brindan argumentos sobre este tema.