Desde las últimas semanas de 2013
la economía argentina parece haber entrado en un camino de descoordinación y
gran incertidumbre. Algunos de los aspectos que nos dicen esto: tipo de cambio
nominal bilateral (respecto al dólar estadounidense) inestable, sostenida
apreciación del tipo de cambio real dada la inflación doméstica, deterioro en
la performance de algunos
fundamentales macroeconómicos tales como en el frente interno y externo,
estancamiento en la creación de empleo y expectativas que se han revisado hacia
abajo como consecuencia de las perspectivas económicas del país. Sin dudas,
todos estos son aspectos que configuran un escenario poco alentador para la
economía argentina. A su vez, hay que agregar el abrupto aumento en las
temperaturas de verano que desencadeno graves fallas en el suministro del
servicio de energía eléctrica en diversos barrios del país lo cual puso en evidencia
la mala gestión de las empresas proveedores y la acción regulatoria de parte
del estado nacional. Todo esto se inscribe en un diagnóstico notoriamente preocupante
aunque sin caer en el exabrupto de inferir necesariamente una crisis inminente.
La preocupación instalada ha
devenido durante los últimos días en una serie de debates que, en muchas
ocasiones y desde nuestro entender, han confundido el problema haciendo foco en
sus consecuencias o indicadores del mismo. Así pues, si se quiere vislumbrar una
solución correcta, se requiere como
condición sine qua non, un
diagnóstico también correcto. En este sentido, argumentamos que la inflación doméstica
y la demanda de moneda extranjera son hechos resultantes de una economía que actualmente
se caracteriza por fallas de coordinación, incertidumbre, distorsiones de las
variables internas y ciertos desequilibrios. Esto es consecuencia de una
política económica que, en términos dinámicos, ha sido incorrecta.
Durante los últimos días
vislumbramos un error de diagnostico determinante que debemos notar. El mismo
está dado por cierta recurrencia a pensar el problema solo en términos de fuga
de capitales, es decir, de dolarización de activos. Si tomamos a ese hecho insistentemente
como un shock externo o de determinación exógena, estaremos ante un serio error
de fundamento. La volatilidad actual en el mercado de divisas, principalmente en
el dólar estadounidense, tiene variables causales que se deben identificar. Desde
nuestra perspectiva, la principal causalidad se halla por un lado, en el creciente
deterioro del poder adquisitivo de la moneda nacional o en otros términos, por
la inflación no reconocida desde 2007 y, por otro lado, una política de bajas
tasas de interés en relación con la dinámica de los precios de los bienes y el
trabajo, lo que claramente evidencia una política económica con inconsistencias
dinámicas. En términos más simplificados: debemos saber que la dinámica y la
estructura de la economía argentina, en gran sentido determinadas por la política
económica, generan consecuencias en términos de crecimiento, inflación,
distribución del ingreso y en otros aspectos de la economía doméstica. No
obstante, hay variables que se tornan esenciales en esa dinámica ya que tienen
causalidad sobre otras. Esas variables van a estar conformadas por el
crecimiento y la inflación. En concreto, ante una gestión de política no
coordinada con algún sesgo (en este caso hacia el consumo), se generan costos de
crecimiento e inflación. Una economía puede tornarse muy volátil hasta llegar a
un estadío de grandes desequilibrios en sus mercados los cuales pueden
evidenciarse en la anulación temporal del sistema de precios o la remarcación súbita
de los mismos. Indudablemente, se desprenden consecuencias sobre la estructura
de ingresos, producción, inversión, etc., es decir, esos aspectos se van a ver
muy limitados y con cierto acomodamiento al retroceso. En ese escenario de alta
inflación y no reconocida por la administración gubernamental, el efecto
directo es que gran parte de los ahorristas van a buscar resguardar su poder
adquisitivo. Actualmente si bien existen opciones de inversión rentable como la
compra de títulos públicos nominados en moneda extranjera, para muchos es una
operación algo sofisticada. Consecuentemente, la utilización de heurísticas o decisiones
determinadas principalmente por la aversión al riesgo que implica los activos
financieros, van a converger que los ahorristas se direccionen hacia el mercado
de divisas.
En términos dinámicos, el marco
de gestión errónea de la política económica junto con sus consecuencias, se van
a materializar en un proceso de retroalimentación permanente ante la ausencia
de medidas en aras de la coordinación y suavización del mencionado ciclo. Nuevamente,
la economía depende de la política, y es lo que estamos viendo en la actualidad
argentina.
El aspecto precedente, a su vez,
encierra otro. El escaso desarrollo del mercado de capitales doméstico contribuye
en la generación de escenarios oportunos para niveles altos de rentabilidad del
sector bancario, principal oferente de crédito en nuestro país. El mayor poder
de mercado que tienen las entidades y la escasa regulación, en consecuencia, han
posibilitado grandes rendimientos a lo largo de esta primera década.
Desde estos aspectos, podemos
argumentar que estamos ante una combinación de dos elementos en el lado
financiero de la economía actual. Uno está conformado por una inflación
sostenida, bajas tasas de interés nominales, es decir, aspectos coyunturales; y
otro, el subdesarrollo del sistema financiero y, en consecuencia, altos costos
de operar en el sector predominante del sistema financiera, los bancos. Seguramente,
dentro de estos elementos se encuentre gran parte de la argumentación sobre el
déficit de crédito de largo plazo.
Debido a esos aspectos, el lado
financiero de la economía se torna relevante ante un contexto de pérdida de
poder adquisitivo de la moneda y de necesidad de opciones de inversión. Entonces,
si en una economía como la argentina se genera una cantidad de dinero excedente
que no es canalizada hacia el consumo y no encuentra instrumentos financieros domésticos con rentabilidad real positiva y dado
los niveles de inflación, los instrumentos demandados serán casi inexorablemente
monedas extranjeras sobre los que mayor seguridad se perciba.
En el lado real de la economía también
se han activado distorsiones como de serios errores de gestión de política
económica. El primer y fundamental aspecto a modificar es la escasa credibilidad
en la oficina nacional de estadísticas (INDEC) generada luego de medidas
controversiales. La intervención en el año 2007 por parte del gobierno nacional
fue el hecho que dilapido la confianza en las mediciones. El hecho concreto fue
el desplazamiento de los principales funcionarios encargados de la construcción
del índice de precios al consumidor (IPC) lo que derivo en mediciones
inconsistentes de acuerdo a su comportamiento histórico comparado con otras
mediciones a lo largo del país. Desde el lado micro de la economía doméstica, la
desconfianza generada ante el aumento de la incertidumbre sobre la medición del
índice de precios, hizo que muchos agentes comenzaran a revisar sus
expectativas principalmente en cuanto al nivel de inflación real. Una economía
con fuertes tasas de crecimiento, baja capacidad ociosa, tasas de inversión en
una senda menor a la esperada, un gasto público de crecimiento poco sostenible
y en muchos aspectos de distribución inequitativa (subsidios masivos sin
desestimar a las clases más acomodadas del país) hizo difícil que las
expectativas inflacionarias se suavicen. Esta dinámica se sostuvo por varios
años aunque ya en 2012 la economía
comenzó a pagar costos en términos de crecimiento y generación de empleo.
El escenario económico actual
presenta serias dificultades ante la opción tomada de depreciar el tipo de cambio. Se genera una
imposibilidad en la resolución de las distorsiones actuales si la política
cambiaria no es acompañada de mayores medidas. El riesgo que implica es lo que
Krugman y Taylor (1976) han denominado como Efectos
Contractivos de la Devaluación. Los autores señalaban que no siempre es
posible inferir realmente devaluaciones como competitivas. Se postula que tras
la devaluación, los insumos y productos finales importados se encarecen de
precios en términos de moneda doméstica y, a su vez, el exceso de demanda nacional
por el abaratamiento de bienes domésticos también genera presiones sobre los
precios. Esto determinará que los sectores
de menor capacidad de ahorro o de
mayor propensión al consumo se vean restringidos en el consumo de los
mismos. Se conforma la posibilidad que el aumento de los precios de bienes
domésticos genere pérdidas de ingreso en ciertos sectores sociales con sus
efectos sobre el consumo y, posteriormente, reduzca la demanda efectiva de los
bienes nacionales. En términos keynesianos, una caída en la absorción doméstica.
En una economía más cerca del
déficit comercial, sostenida por el consumo y con tasas y expectativas de
inflación hacia la suba, el efecto relativo de la devaluación sobre las importaciones
se hace más preponderante. Se torna necesario dirigir más recursos para los
pagos de importaciones (combustibles, insumos industriales, pagos de deuda,
etc.) lo que determinará un frente comercial y fiscal más frágil. No solo la posibilidad
de la incursión del déficit o decrecimiento en el superávit comercial configura
serias dificultades de autofinanciamiento y menores reservas internacionales para
la economía, sino que la política fiscal deberá generar los ingresos
suficientes para hacer frente a los pagos y a los costos de la política cambiaria.
De lo contrario, se avizorará la denominada fragilidad
en el sentido de Minsky.
Es evidente que los efectos
contractivos de la devaluación y, más aún, en la configuración de la
macroeconomía actual y sin mediación de un cambio de visión de la política
económica, comienzan a percibirse.
Dadas esas características, por
lo tanto, los múltiples análisis de opinión que se han observado acerca de la
dolarización de cartera de los últimos meses, postulando como principal argumento
del tipo ``los argentinos tienen algo psicológico con el dólar´´, sería falso o
al menos incompleto.
Finalmente, la correcta interpretación
y análisis sobre un estado de la economía determinado, como se ha notado, es de
importancia fundamental si deseamos soluciones verdades. De lo contrario, estaremos
nuevamente ante posibles disrupciones con costos sociales de importancia.
Referencias:
- P. Krugman & L. Taylor, 1976.
"Contractionary
Effects of Devaluations," Working papers 191,
Massachusetts Institute of Technology (MIT), Department of Economics.