Algunos apuntes
sobre crisis:
``Una historia de lecciones
no aprendidas´´.
Parte I
``…Some
persons are of opinion, that, when the custom of buying on credit is pushed
very far,(…), the national commerce is to be considered as unsupported by a
proper capital; and that a nation, under such circumstances, whatever may be
its ostensible riches , exhibits the delusive appearance of wealth…´´ (Henry
Thorton: An Enquiry Into the Nature and
Effects of the Paper Credit of Great Britain, [1802]. Edición de F A. v. Hayek).
El brillante
párrafo precedente fue extraído de una de las grandes obras de la literatura
económica. Es naturalmente motivador pensar que puede cumplir el papel de una
introducción iluminadora para estas notas pues vienen de uno de los pensadores que
han marcado el siglo XVIII: Henry Thorton (1760-1815). Lo ineludiblemente
notorio es que los denominados pensadores clásicos, parecen estar entre
nosotros con cierta recurrencia.
Si nos
detenemos a inspeccionar brevemente los eventos de últimos años, las lecciones
se encuentran fácilmente a nuestro alcance. Las líneas que inician este escrito
nos han llevado a realizarnos reiterados interrogantes que fueron formando un
ciclo mayúsculo de intentos de una especie de reinvenciones de gran plasticidad
en aras de brindar una y/o algunas respuestas. Hasta que, sorprendentemente, nos
encontramos con la misma escena argumentativa y, sin deseo alguno, creemos
haber obtenido respuestas similares en contextos paradójicamente diversos pero
equiparables.
Intentando
comprender las crisis, la inspección del pasar de las lecturas, hizo que nos
encontremos con muchos autores que, de alguna manera u otra, querían dar
respuestas a través de sus narrativas a hechos sociales complejos y disruptivos
como lo son las crisis económicas. En esa intención, con cierta fascinación
muchas veces desencontrada pero encantadora al fin, abordamos la lectura de uno
de los economistas académicos más influyentes de nuestra época (había que tener
una dosis de contemporaneidad), Barry Eichengreen cuyo título es: ``Crisis Financieras, qué hacer con ellas´´.
El prefacio del
libro inicia con la siguiente frase: ``Las
crisis son una concomitancia inevitable de la operación de los mercados
financieros´´. Sin dudas, esa tarde se transformo casi en un perfecto
interrogante al cual vamos a intentar
ensayar un acercamiento de lo que consideraríamos una respuesta.
En perspectiva
histórica, es casi natural coincidir con Eichengreen, tanto desde su
perspectiva como así también la que propone Thorton. No obstante, tomando el
argumento de ambos, deberíamos decir que también tendría que estar presente, en
la naturaleza de las sociedades, una acción refleja de absorber las lecciones
de la historia para minimizar, al menos, la reiteración de las mismas dinámicas
conducentes a las crisis económicas. Con el transcurso de los años, los hechos
se transforman, con naturalidad, en una fuente de conocimiento acumulativo. Si
bien muchos autores del enfoque de la Economía Conductual, plantean que hay
costos de aprendizaje y por esto los individuos tendrían problemas al momento
de tomar decisiones; en este marco el espacio temporal es bastante amplio como
para hacer un supuesto firme acerca de esta problemática. Esto nos habilita
momentáneamente a dejarlo de lado.
En este
sentido, comenzaremos siendo algo escéptico sobre el juicio del profesor
Eichengreen para dar lugar a nuestra propia reflexión histórica sobre las
crisis financieras en general. Con este argumento, el objetivo es tratar de
dilucidar, concretamente con una visión macroeconómica, si las lecciones de la
historia fueron tales o si las mismas son echadas a menos ante las
posibilidades de aumentos circunstanciales en los niveles de bienestar y
riqueza en un entorno de políticas económicas e instituciones inconsistentes
frente a los contextos vigentes.
En esta
primera entrega se expondrá la introducción, algo concreta para los eventos de inicios
del siglo XX pero con más extensión para las crisis de los países en vía de
desarrollo de América latina hacia fines de siglo.
A modo de introducción y algo más…
El abordaje de
la literatura macroeconómico de las últimas décadas se ha ido modificando pero
los hechos, en su mayoría, parecen tener grandes similitudes.
Las sucesiones
de hechos de crecimiento exuberantes, gran oferta de financiamiento en su
mayoría de corto plazo, oscilaciones abruptas de los tipos de cambio, estructuras
regulatorias inconsistentes, aumentos de los niveles de riesgo moral en los
agentes, endeudamiento insostenible de los
sectores público y privado, y fragilidades financieras resultantes; han
conducido a las economías hacia crisis que, en muchas oportunidades, parecen
haber sido autoinfligidas.
Si se observa
la ocurrencia de eventos de crisis desde el gráfico elaborado por Reinhart
(2012), el siglo XX y el que acaba de comenzar han padecido varios sucesos de
volatilidad y fuertes disrupciones macroeconómicas (Gráfico N° 1).
La
hiperinflación alemana junto con la gran depresión de la década de 1930 y sus
sucesivos contagios en el contexto del nuevo
patrón oro, marcaron una serie de hechos desafortunados que se trasladaron
hacia toda la esfera terrestre.
Los exitosos
años posteriores, caracterizados por el sistema monetario internacional de Bretton Woods, suavizaron los vaivenes
económicos. Si bien al observar el gráfico se evidencia una mayor estabilidad, el
conjunto de medidas que caracterizaban a esos años tales como las restricciones
a los movimientos de capital, el comercio externo y el tipo de cambio no podían
ser a perpetuidad. La liquidez se contrajo fuertemente con las restricciones, y
los problemas inflacionarios comenzaron a agravarse debido al advenimiento de
los shocks petroleros.
Esto fue
acompañado por un período de descoordinación en el sistema monetario mundial tras
la caída del acuerdo de Bretton Woods.
En este espacio temporal, la ocurrencia
de crisis ha evidenciado una gran constancia en los países de menor desarrollo
industrial particularmente desde finales de 1970.
Gráfico N º 1
Fuente: Reinhart (2012)
Muchos países
de América Latina habían implementado sistemas cambiarios rígidos acompañados
de programas económicos que liberalizaban abruptamente a las economías con
independencia de sus estructuras productivas, fueron los denominados experimentos del cono sur como lo dirían
Eatwel y Taylor (2006).
Había ciertas coincidencias
en esas políticas económicas en general y
en las monetarias en particular: tipos de cambios fijos o
predeterminados mediante la gestión de las denominadas tablitas cambiarias, fuerte apertura comercial, un gran crecimiento
del crédito interno, principalmente de corto plazo que fomentaba al consumo,
fuertes flujos de capitales de cartera en los sectores bancarios, regulación
laxa de los sistemas financieros locales por parte de las autoridades
monetarias y problemas históricos de restricción externa. El aumento de las
importaciones, en su mayoría bienes de consumo, con un tipo de cambio fijo sustentaba
altas tasas de inflación lo cual, si se quería mantener cierta competitividad
precio del tipo de cambio, se debía devaluar la moneda al ritmo de la inflación.
Adicionalmente, el saldo negativo de la cuenta corriente del balance de pagos
era un factor de difícil corrección dados los términos de intercambio, las
necesidades industriales y los intereses de deuda externa exógenos a las
economías domésticas.
En ese
momento, la dirigencia política y los principales hacedores de política
económica eran influenciados por un consenso de apertura económica sin
importar, tal vez, las consecuencias de mediano plazo que estaban generando en
las estructuras económicas locales. Argentina y Chile fueron ejemplos de esta
problemática: expansiones aceleradas y caídas abruptas de las tasas de crecimiento
de la producción.
En un mundo
donde ya era notoria la movilidad de los flujos financieros, estos arreglos
cambiarios hacían rentables los influjos de capitales, que alimentaban un
círculo de deuda, consumo e inflación no regulados por los estados nacionales. El
descalce monetario tuvo una gran importancia ante súbitos reflujos de capitales
ya que frente una modificación de la oferta de liquidez externa, los sectores
deudores de los países se tornaban en insostenibles eyectando dinámicas
contractivas hacia toda la economía. En este escenario, los bancos centrales
tenían ciertas restricciones: ante la implementación de sistemas cambiarios rígidos,
el trilema de política económica,
dictado por Mundell-Fleming estaba
activo como también, similarmente, la tesis del profesor Jan Tinbergen: la
elección de n objetivos de política
económica demanda n+1 elemento.
Por otra
parte, la microeconomía aportaba una gran masa de inestabilidades. La mayoría
de los sectores de las economías tenían un sesgo de corto plazo o una
percepción errónea de las riquezas dados por las súbitas modificaciones en el
acceso al crédito entre otros factores (Heymann y Leijonhufvud, 1995). Crecientes
deudas en moneda extranjera e ingresos en moneda nacional ponían un manto de
gran evidencia en contra de los preceptos de racionalidad y previsión perfecta
de los individuos. El empuje del libre albedrío en los sistemas financieros
locales iba a costar más caro que la deuda y los intereses.
Las abruptas
entras de flujos de capital indujeron a fuertes apreciaciones del tipo de
cambio lo que, nuevamente, abrió las puertas para mayores niveles de deuda.
Frente a este escenario, muchos agentes financieros, sin regulación alguna,
comenzaron a caracterizarse como patrimonialmente frágiles. El bienestar
circunstancial, ex ante, parecía que era ad
infinitum.
El caso de
Brasil fue sustancialmente distinto en su objetivo. La política económica tenía
un sustento algo más desarrollista. Los emprendimientos en la industria pesada
financiados con crédito externo, sin dudas, era una empresa loable. Sin
embargo, el mundo ya estaba fuertemente interrelacionado con lo cual las
políticas monetarias de los principales países desarrollados afectaban a los
países de la región.
Adicionalmente,
el sesgo prociclíco del sistema financiero internacional sin dudas contribuyó a
que se configurara esta escena que terminaría, más temprano que tarde, en
fuertes disrupciones financieras que se trasladaban a la producción y el empleo
a través de las crecientes tasas de inflación hacia solemnes caídas. En las
décadas de 1970/80, los temas de crisis se habían trasladado hacia la región: El
mundo observaba las crisis cambiarias y financieras de los países del cono sur
de América.
Es de gran
notoriedad que estas dinámicas se hayan trasladado desde los países en vías de
desarrollo durante las décadas de 1970/80 y 90 hasta la crisis financiera
internacional contemporánea de los países más desarrollados la cual
intentaremos abordar en la próxima entrega.
En suma, los
exabruptos en las deudas externas, el descalce monetario, la inflación y la
poca competitividad de estos países tornaron insostenible el manejo de las
economías domésticas en el escenario de fuertes influjos de capitales. Estas
dinámicas han motivado, en gran parte, los trabajos de crisis de balance de
pagos (Krugman, Obstfeld, Flood y Garber y otros) hasta los dictaminados por
ciclos endógenos (Minsky, Frenkel, Neftci y Keen). Todos han tenido una gran
relevancia en el análisis y descripción de las dinámicas precedentes y las causalidades
de las crisis que se han producido hacia finales del siglo pasado pero, en
particular, en los países en vías de desarrollo.
Se infiere que
hay denominadores comunes en las crisis mencionadas. Uno de ellos era la
política cambiaria con cierto sesgo a la fijación. En la primera mitad del siglo XX, la creencia
de los países industrializados en un patrón cambiario común era bastante
arraigada. Seguramente, las posibilidades del creciente intercambio favorecía
los aparatos productivos y, por otro lado, las secuelas de los conflictos bélicos
tuvieron una gran injerencia en la aversión a la inestabilidad. Dicha aversión
podría ser recogida desde una variable proxy como un patrón de cambio común.
Las lecciones de estos hechos ya se comenzaban a asomar.
Adicionalmente,
si nos enfocamos hacia los años críticos para el cono sur, notamos otro denominador común: tales crisis
se generaron dentro del período
histórico denominado Globalización
Financiera que se inicia hacia principios de 1970.
La naturaleza volátil
de los flujos financieros era un factor relativamente novedoso para estos
países. Las necesidades de apalancamiento de los sectores industriales eran
ineludibles. Las empresas necesitaban importar maquinaria e insumos en un mundo
donde el costo del crédito comenzó a crecer fuertemente tras la política
monetaria contractiva de fines de los ´70 por parte de EE.UU. A su vez, el
sostenimiento de los tipos de cambio domésticos en la región generaba
permanentes inconsistencias entre la política fiscal y monetaria agravadas por
las externalidades que activaba el combate a la estanflación en el hemisferio
norte.
La convivencia
del déficit comercial y fiscal estaba atada al resultado de la cuenta capital.
Cuando el superávit de cuenta capital comenzaba a revertirse y el peso del
componente intereses de deuda de la
cuenta corriente del balance de pagos era cada vez más comprometedor, la
necesidad devaluatoria se tornaba en gran protagonista. Sin dudas, La década de
1980 fue una escalada de problemas para la región. La década pérdida es la primera denominación que se recuerda, al
menos cuando se piensa con lentes de economista.
Este ensayo de
introducción y algo más motiva
interrogantes y algunas respuestas si nos situarnos frente a la crisis
financiera internacional. Debemos confesar que es un llamado a la reflexión
casi con aires de inocencia. La inocencia se expone en un cierto olvido de los
intereses políticos y de otros centros de poder que, con cierto atrevimiento,
inferimos que priman por encima de la salud de las economías. Los espasmos cada
vez más fuertes que observamos en la zona euro provienen, en alguna medida, de
un virus en el sistema financiero mundial que no fue regulado y que en los
últimos 25 años se ha transformado en masivo.
En las
siguientes entregas vamos a intentar evitar mostrar nuestra negación a que es
casi imposible la modificación del sesgo de status
quo de los grupos más influyentes de las economías para proponer algunos
tópicos de coordinación y contraciclicidad de las políticas económicas con
objetivos de mayor estabilidad
macroeconómica frente a las crisis de los países emergentes de la década de
1990 y la actual. Las conclusiones, en la tercera y final entrega, intentarán
desarrollar las lecciones de la historia no aprendidas o el aprendizaje
perpetuo frente a episodios nuevos pero
dramáticamente similares. .
Quizás el
profesor Eichengreen ya nos brindó la respuesta pero, en aras de la inocencia y
la construcción de algo que podríamos llamarlo análisis histórico existencial de la problemática económica actual (y
de siempre), intentaremos pensar que hay caminos posibles para minimizar
los hechos de crisis que amalgaman destrucción, sufrimiento y pobreza futura en
las sociedades.