sábado, 9 de marzo de 2013

Un poco de historia monetaria argentina

Hace unos días terminé uno de los libros  más interesantes que he leído: "Cuando muere el dinero", de Adam Fergusson. Se trata de un relato muy detallado de los eventos que llevaron a la hiperinflación alemana de principios de la década del '20 y de las increíbles situaciones que se vivieron durante la misma, algunas de ellas "anecdóticas", como la gente llevándose su sueldo  en carretilla (por la gran cantidad de billetes que les tenían que dar para pagarles) o yendo a comprar sus víveres con canastas llenas de marcos alemanes. 

La hiperinflación, junto con las depresiones y las crisis financieras, es uno de los problemas que atrae especial atención de los economistas, seguramente por tratarse de una situación terminal en la cual el sistema económico colapsa: el dinero deja de tener valor y todos intentan desprenderse de él. No existe economía capitalista moderna alguna que pueda funcionar si el dinero (entendido en su forma actual, es decir como papel moneda) no cumple su función. 

¿Y por casa cómo andamos? La historia argentina está repleta de crisis y problemas económicos de todo tipo. Los largos períodos de persistente inflación elevada son uno de ellos. Inclusive, llegamos a tener nuestro propio y muy conocido episodio hiperinflacionario a fines de la década del '80. Podría mostrarles un gráfico histórico de la tasa de inflación, la tasa de emisión monetaria, déficit fiscal, etc., haciendo del presente un típico post de economía. Sin embargo, esta vez voy a tratar de ser un poco menos aburrido y relatar la pérdida de poder adquisitivo de la moneda argentina de una forma más amena, a través de mi pequeño y muy descuidado "museo numismático".

Nuestra moneda actual la conocemos todos obviamente, ya sea en la variante tradicional de esta foto o en la nueva versión con la figura de Eva Perón:


Este billete comenzó a circular con el comienzo del plan de convertibilidad a principios de la década del '90 y ha perdido su poder adquisitivo en los últimos años por efecto de la inflación, pero sigue siendo el de mayor denominación hasta el momento. En este caso en particular, lleva la firma de la actual presidente del Banco Central Mercedes Marcó del Pont.

Aproximadamente en un punto medio entre la actualidad y el comienzo del mencionado plan económico, Argentina pasó por una de sus peores crisis económicas, como seguramente todos recordaremos. En esos aciagos años, se volvieron famosos unos bonos que emitieron los estados nacional y provinciales y que eran utilizados para comprar y vender bienes y servicios. Fueron varios y cada distrito les puso un nombre distinto... pero quién no se acuerda de los famosos Lecop y Patacones:



Como eran bonos emitidos por el tesoro nacional y de la Provincia de Buenos Aires, no llevaban la firma del presidente del Banco Central, sino de otros funcionarios gubernamentales que no vienen al caso. Su equivalencia con el peso era 1 a 1 en términos nominales, por lo que 100 Lecop (es decir, 50 billetes como el de la foto de arriba) o 100 Patacones (es decir, 100 billetes de arriba) eran equivalentes al billete de 100 pesos anterior. Lamentablemente, algunos comercios los tomaban a un valor menor o no los aceptaban... en fin, no hay que ser rencorosos: parafraseando vagamente a un conocido tango, en ese momento estábamos todos revolcados en un merengue. Un última nota de color: el billete de 1 patacón tiene en la parte inferior del reverso una pequeña leyenda que reza "Ciccone", la misma imprenta que, según las malas lenguas, ahora pertenece al holding Boudou y Amigos. 

Antes del peso argentino actual, la moneda de curso legal fue el Austral, el cual a su vez había entrado en circulación en 1985. Todo un símbolo de una época terrible de la Argentina: la hiperinflación.


Quienes quedaron inmortalizados en estos billetes son Bernardino Rivadavia (1 austral), Justo José de Urquiza (5 australes), Santiago Derqui (10 australes) y Domingo Faustino Sarmiento (100 australes). Los primeros dos llevan la firma de José Luis Machinea (quien años después fue Ministro de Economía de De la Rúa), mientras que la del billete de 100 australes me resultó ilegible. Como dije antes, durante la vigencia del austral, la economía argentina enfrentó un episodio hiperinflacionario: la tasa de inflación (medida por la variación en los precios al consumidor) fue de 3079,5% en 1989 y llegó a superar el 20000% en Marzo de 1990, si miramos las tasas mensuales de variación interanual. Un billete de 100 australes equivaldría aproximadamente a 1 centavo actual. Por lo tanto, 1 millón de australes serían el equivalente a 100 pesos actuales.

Para que tengan una idea de la pérdida de poder adquisitivo que sufrió el austral, el billete de mayor denominación que se llegó a emitir fue el de 500.000 australes, que rescato a Manuel Quintana de lo que hubiera sido seguramente un eterno olvido (un 10 en historia para el que ubique a este ex presidente argentino):


"¿Y qué culpa tengo yo de todo esto?" habrá pensado Don Manuel Quintana desde el más allá. Seguramente el pobre hombre hubiera preferido ser olvidado antes que ser recordado por este billete. En fin...

A continuación van a poder ver ejemplares de Pesos Argentinos (circuló entre 1983 y 1985) y de Pesos Ley 18.188 (circuló entre 1970 y 1983). Espero que sepan disculpar la mezcla, pero los primeros son los billetes de denominación 1 a 500 de la foto superior (todos con la figura de San Martín) y los segundos son el billete de la segunda foto (con la figura de Belgrano) y los billetes de denominación 1000 para arriba de la primer foto (todos con la cara de San Martín):


Aquí las firmas de presidentes del Banco Central son variadas. Los pesos argentinos se encuentran firmados por Julio González del Solar o Enrique García Vázquez (imposible terminar de adivinar cual de los dos, pero seguro hay un apellido con varias letras "z"). En el caso de los Pesos Ley 18.188, se encuentran firmas de Alfredo Gómez Morales (quien también fue el primer Ministro de Economía del gobierno de María Estela Martínez de Perón), Emilio Mondelli (a quien le tocó presidir el BCRA luego del famoso "Rodrigazo") y otras tantas ilegibles. 

Para que tengan una noción de la pérdida de valor de la moneda argentina desde aquella época, el peso argentino de 1983-1985 equivale a 0.0000001 pesos argentinos actuales. Por lo tanto, harían falta 1000 millones de pesos argentinos 1983-1985 para tener el equivalente al billete de 100 pesos actuales. Con respecto al Peso Ley 18.188, equivale a 0.00000000001 pesos actuales. En otras palabras, necesitaríamos 10 billones de Pesos Ley 18.188 para tener el equivalente a los 100 pesos actuales.

Por último, me remonto a la época del primer peronismo con el siguiente billete:


Lo que ustedes ven allí es un billete de 1 Peso Pey Nº 12.962. La firma del presidente del Banco Central estimo que corresponde a Domingo Maroglio. Este billete equivale a 0,0000000000001 pesos actuales... no, no me quedé dormido sobre el teclado, la cantidad de ceros es correcta. Para hacer más fácil su interpretación, es lo mismo que decir que necesitaríamos 1000 billones de estos pesos ley Nº 12.962 para tener el equivalente a 100 pesos actuales.

En resumen, podemos decir que la moneda nacional perdió 13 ceros entre 1947 y 2013. Esta pérdida de valor ha sido una consecuencia directa de la larga sucesión de episodios inflacionarios y devaluaciones que ocurrieron durante estos 66 años. A efectos meramente comparativos, en el mismo período el dólar nunca cambió su denominación. Aunque sí perdió valor en relación a otros bienes que son reserva de valor (como el oro), la magnitud de la misma es mucho menor que la pérdida de poder adquisitivo de las sucesivas monedas argentinas.

Esto puede darles una noción de los efectos que genera la inflación, pero que igualmente van más allá del mero cambio de denominación de la moneda. Las tasas elevadas de inflación o las hiperinflaciones afectan significativamente la vida cotidiana de las personas. Con semejante suba de precios, cualquier individuo o empresa que guarde dinero verá como el poder de compra del mismo se diluye en poco tiempo. Las decisiones que impliquen planificación (ya sean de consumo, ahorro o inversión) se vuelven casi imposibles de realizar por el alto grado de incertidumbre. Además, aquellos que tengan menor capacidad de negociación para lograr ajustes en sus ingresos (como los trabajadores en situación de precariedad laboral o los que no pertenezcan a un sindicato) serán los más perjudicados. En este contexto, la degradación de los valores morales y las reglas sociales de convivencia es inevitable, como bien retrata Adam Fergusson en el último párrafo de su libro:

"En tiempos de hiperinflación, un kilo de patatas puede valer para algunos más que toda la plata de la familia, y un pedazo de carne más que el piano de cola. Una prostituta en la familia es mejor que un hijo muerto; robar es preferible a pasar hambre; no pasar frío es más importante que conservar el honor; el vestirse está antes que las convicciones democráticas; y comer es más necesario que la libertad." (la letra en negrita es mía)

Aún más grave es la situación cuando las autoridades de política económica menosprecian las consecuencias de la inflación o hacen un diagnóstico equivocado sobre las causas de la misma y la forma de atacarla. Una anécdota trágica de la hiperinflación alemana la constituye Rudolf Havenstein, presidente del Reichsbank durante dicho episodio (el Banco Central alemán en ese momento). Un pasaje del libro de Adam Fergusson ilustra muy bien la filosofía que tenía este hombre:

"Havenstein creía firmemente que la cantidad de dinero no tenía nada que ver, ni con el nivel de precios, ni con la cotización del marco alemán. Por consiguiente, consideraba que su misión consistía en ser lo suficientemente hábil, y suministrar a sus compatriotas todos los marcos que reclamaban para compensar la continua erosión del poder de compra de su dinero."

En un discurso ante el Consejo de Ministros de Alemania, aseveró:

"El Reichsbank está hoy en condiciones de emitir 20 billones de marcos diarios, 5 de ellos en billetes de altas denominaciones. La próxima semana emitirá 46 billones diarios, 18 en grandes denominaciones. Actualmente, la totalidad de la circulación fiduciaria asciende a 63 billones. Por lo tanto, dentro de muy poco seremos capaces de emitir en un solo día las dos terceras partes de todos los billetes que hoy existen en el país."

Aparentemente, estas afirmaciones que hoy en día dejaría aterrados a la mayoría de los economistas, fueron hechas con todo orgullo y satisfacción. No puedo dejar de pensar que es relevante estudiar el pasado y no olvidarlo, sobre todo cuando escuchamos a una presidente del BCRA decir:

"Es totalmente falso decir que la emisión genera inflación. Solamente en Argentina se mantiene esa idea de que la expansión de la cantidad de dinero genera inflación. El pánico que se quiere transmitir alrededor de la capacidad de financiar al Estado es muy parecido al debate sobre el uso de reservas para pagar deuda. Es el mismo discurso. Descartamos que financiar al sector público sea inflacionario, porque según esa afirmación los aumentos de precio son por exceso de demanda, algo que no vemos en Argentina. En nuestro país los medios de pago se adecuan al crecimiento de la demanda y las tensiones de los precios están por el lado de la oferta y el sector externo." (las letras en negrita son mías)

Salvando la inmensa distancia entre la situación argentina actual y la feroz hiperinflación alemana de los años '20, afirmaciones como las resaltadas en negro se parecen peligrosamente al pasado. Un pasado que ya debería estar estudiado, entendido y aprehendido, pero que lamentablemente las posiciones ideológicas y doctrinarias hacen que se olvide.

Para terminar con un poco de humor, el final se lo dejo a uno de los genios que nos brindó nuestro país. Un muy buen resumen de lo que les intenté mostrar en este post... y ciertamente mucho más divertido.



lunes, 4 de marzo de 2013


Galbraith, Minsky, Kindleberger y Cía tenían razón

La historia de las crisis financieras que en la mayoría de los casos finalizan en crisis  económicas ha dejado varias anotaciones a realizar. Algunos de los principales investigadores de dichos acontecimientos como Galbraith (2011), Minsky (1986), Kindleberger (2000) y, más hacia la contemporaneidad, Reinhart y Rogoff (2009); han señalado que existe una idea en común durante el período de auge ex ante a la crisis la cual deseamos notar. La misma subyace en un argumento del tipo ``esta vez es distinto´´, como una idea de que ya aprendimos y esta vez no sucederá. Algo para lo que la mente humana está preparada pero con ciertas restricciones puesto que desde la burbuja de los Tulipanes en Holanda en el siglo XVII a la fecha, las disrupciones y crisis económicas han sido recurrentes.  

En muchos lapsos de la historia económica reciente se defendía a períodos de gran crecimiento por encima del potencial, generación de burbujas eufóricas en los precios de los activos y fuerte influjo de capitales, mediante el argumento relacionado con  medidas de política económica más acertadas y/o innovaciones en las formas de hacer negocios y una mejora abrupta en la productividad de los factores eran bases sólidas para sostener dinámicas ex post insostenibles.       
    
En este punto hay que realizar una aclaración. Es una empresa algo difícil aplicar medidas de carácter contra-cíclico en la fase de fuerte crecimiento pues esto lleva a la necesidad de asumir costos políticos (la poco simpática economía política) y desde la opinión pública debido a que se piensa que se quiere llevar a la economía a senderos más exánimes o enfriarla. 

Los hechos que se han producido relatan lo contrario con el agregado notorio de que el auge especulativo ha sucedido también en una economía con mercados supuestamente  eficientes y con agentes que utilizaban el raciocinio mental antes que las emociones (supuesto de racionalidad). Esto nos debería llamar la atención respecto a que ni el resto del mundo ni nosotros está exento de repetir tal experiencia o similares. Es decir, las economías no están exentas a ningún tipo de crisis y con especial mención a las financieras.

Las economías de Latinoamérica han sucumbido en eventos de crisis de toda naturaleza. Hacia la década de 1980, luego de los denominados experimentos liberalizadores y en un contexto económico y socialmente desfavorable, estos países vivieron consecuencias dramáticas relacionadas con eventos de inflación y estrangulamiento externo notables. Seguidamente, en el decenio posterior, la mayoría de los países tuvo una crisis cambiaria y financiera luego de otra fase de financiamiento exuberante. Argentina fue la experiencia más dolorosa en 2001 luego de años de estabilidad dinámicamente inconsistente.

Sin duda, esto se convirtió en uno de los principales factores motivadores de políticas más prudenciales en siglo corriente. El marco de gran liquidez en los mercados financieros internacionales y un crecimiento vigoroso del comercio para las economías de América del Sur financió políticas económicas más saludables las cuales tuvieron como principal característica un mayor espacio fiscal al momento de enfrentar el evento Lehman Brothers y sus consecuencias.

Sin embargo, algo ha ocurrido en nuestro país en los últimos cuatro años con cierta independencia de la gran crisis financiera internacional. Comparativamente, nuestros vecinos han tenido, en promedio, un crecimiento económico menor pero con  estabilidad.

Argentina ha ido perdiendo campo en ciertos mercados como el energético, el vacuno y el lechero; claves para nuestra economía. En lo que respecta a la energía, nos hemos convertido en importadores netos lo cual va a significar que este año gran parte de la liquidez externa, generada en el comercio, sea absorbida para cumplir las necesidades energéticas del país.

Por otra parte, el precio de los bienes de la canasta de consumo interna se ha distorsionado por completo. Luego de la intervención a la ofician nacional de estadísticas (INDEC), pocos saben cuál es el verdadero valor del índice desde donde se deriva, entre otras cosas, el costo de las necesidades de los habitantes. A esta distorsión se sumó la generación de un tipo de cambio múltiple: un mercado oficial y otro fuera de la ley (paralelo) derivado del sistema de control de cambios implementado desde fines de 2011.

Los hacedores de política económica interna han negado enfáticamente que la economía doméstica tenga problemas de distorsión de precios, inflacionarios, de competitividad y en el mercado de divisas, a lo sumo sería un efecto de la crisis financiera internacional.

Los argumentos que siempre están presentes aluden a que estamos atravesando por una época distinta: nos llevan a comparar los datos económicos actuales, sustancialmente positivos, con las últimas tres décadas. El país estaría dentro del sendero estable de crecimiento ya que medidas como el desendeudamiento y un tipo de cambio administrado nos mantienen fuera del set de problemas históricamente conocidos.  Desde tales argumentos se desprende nuevamente la idea de ``esta vez es distinto´´. No obstante para muchos, existe una realidad algo desvirtuada.
     
Si bien es evidente que venimos de un fuerte crecimiento de la mayoría de los fundamentales macroeconómicos, muchos han alcanzado niveles similares a las fases anteriores como es el caso de la inversión. En este sentido y ante la presencia de una fasta de revisión y crítica constructiva de las medidas de política gestionadas, es poco deseable pensar en una crisis como las anteriores.                       

Nos llama la atención que en un contexto como éste donde muchos aspectos son distintos y mejores (¿?), se tomen decisiones de política poco a tono con la realidad que nos recuerda el relato inspirado en cifras. Seguramente algo no sea tan distinto aunque muchos lo crean o no; no estamos en condiciones de efectuar críticas hacia lo que el electorado eligió y lo seguirá haciendo. En este punto solo recordemos que la miopía de los agentes es una de las conclusiones de la teoría económica.

Quizás Walter Bagehot estaba en lo cierto cuando escribía: ``todas las personas son tanto más crédulas cuanto más felices´´ (en Galbraith, 2011). Agregamos: ciertas  felicidades son acomodaticias a contextos en cuyos horizontes se encuentra un cambio de dirección necesario y, en muchos casos, poco amenos.






Bibliografía:

·         Galbraith, John K.: ``Breve Historia de la Euforia Financiera´´, 2011.
·         Kindleberger, Charles P.: ``Manias, Panics and Crashes. A History of Financial Crises´´, 2000.
·         Minsky, Hyman P.: ``Stabilizing an Unstable Economy´´, 1986. 
·         Reinhart, Carmen M. y Rogoff, Kenneth S.: ``This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly´´, 2009.